La felicidad monta en bicicleta
Hay instantes que se quedan para siempre, tal vez porque resumen momentos esenciales de la vida. Allí estábamos, no recuerdo bien cuántos ni quiénes. Seríamos unos 25, habíamos pedaleado unas 4 horas y aún no lográbamos salir de ese estado de fascinación que producen los paisajes imponentes. Recorríamos el Delta del río Ebro en Tarragona y estábamos a punto de llegar a la playa donde nos disponíamos a recoger mejillones entre las rocas. Recuerdo muy bien aquel momento, sobre la bicicleta, con el viento en la cara y bajo un sol radiante de primavera. En ese instante hice consciente algo que, con los años, ha resultado ser verdaderamente liberador; la certeza de que, aun siendo mayor, no necesito mucho para ser feliz.
Han pasado casi 11 años desde aquel instante, pero cada vez que subo a mi bici hay algo que me recuerda esa revelación. Cada vez que monto en bicicleta, sin importar cuánto tiempo haya pasado, vuelvo a ser una niña y confirmo, una vez más, que tengo la habilidad de divertirme fácilmente. Con los años, y viviendo en Bogotá, he descubierto que esa inocente capacidad se ha ido transformado en una poderosa posibilidad de resistencia. Es algo que ha estado allí siempre, mucho antes de aquel instante, desde el día en que decidí desafiar las caóticas calles de Bogotá, aún sin ciclorrutas; solo que con el tiempo se ha vuelto cada vez más consciente y, por lo tanto, cada vez más potente.
Han pasado casi 11 años desde aquel instante, pero cada vez que subo a mi bici hay algo que me recuerda esa revelación. Cada vez que monto en bicicleta, sin importar cuánto tiempo haya pasado, vuelvo a ser una niña y confirmo, una vez más, que tengo la habilidad de divertirme fácilmente. Con los años, y viviendo en Bogotá, he descubierto que esa inocente capacidad se ha ido transformado en una poderosa posibilidad de resistencia. Es algo que ha estado allí siempre, mucho antes de aquel instante, desde el día en que decidí desafiar las caóticas calles de Bogotá, aún sin ciclorrutas; solo que con el tiempo se ha vuelto cada vez más consciente y, por lo tanto, cada vez más potente.
Usar la bicicleta para movilizarse de manera cotidiana en Bogotá es enfrentarse a muchas cosas: al miedo que acorrala y reduce de manera absurda los espacios y los horarios de la ciudad; a la presión de una sociedad sexista y clasista que considera que la bicicleta no es apropiada para una mujer de mi "condición social"; y al narco-arribismo que estipula, como aspiración, ostentar posesiones que expresen, de manera arrogante, un ilimitado poderío económico. La bicicleta encarna, cómo el antihéroe, todos los valores contrarios a la sociedad hegemónica consumista. Tal vez por eso, los y las ciclistas urbanas, somos prácticamente invisibles en esta ciudad. La agresividad contra quienes van en bicicleta es evidente, no se si es envidia, o si es simple negación, pero el caso es que no soportan vernos pedaleando; como si les diera rabia constatar que algunos logramos ser felices aun en medio del caos que impera en la ciudad.
Moverse en bicicleta por Bogotá es atreverse a inventar nuevas formas de vivir y de habitar esta ciudad, y es ahí cuando el caballito de acero se convierte en una metáfora ambulante de la resistencia. Esto es algo que entienden muy bien las cientos de personas que los miércoles, cada quince noches, responden a la convocatoria de Andrés Felipe Vergara y su grupo de compañeros. Es algo conmovedor, gente que no se conoce pero que se reúne por el solo placer de compartir el paseo nocturno y de recuperar, aunque sea por unas horas, espacios que han sido arrebatados a los ciudadanos por la inseguridad y la violencia. Muchos son jóvenes universitarios, pero también hay gente mayor y algunos adolescentes, incluso el otro día vi a alguien que paseaba con su perro dentro de un bolsito amarrado a la parrilla. Los veo en fila, tan callados, disfrutando el paisaje nocturno y, a la vez, dejando constancia de que el espacio público es de todos y para todos. Aunque no se trate de un hecho consciente, el paseo se convierte en un acto político de ejercicio ciudadano y, para mi, es inevitable pensar en algunas experiencias maravillosas de resistencia pacífica y recuperación del territorio.
Los humedales de Torca y Juan Amarillo, y los parques lineales Río Molinos y Río Negro son solo algunos de los espacios recuperados en las noches de los Ciclopaseos. Visitarlos, a través de la red de ciclorrutas, es descubrir una ciudad completamente diferente a la que conocemos. Una ciudad que podría ser mucho más amable solo si sus ciudadanos y ciudadanas se dieran la oportunidad de empezar a imaginar otras maneras de habitarla. Mientras llega ese momento yo seguiré reviviendo aquel instante, como si fuera una niña, experimentando la sensación de libertad y el privilegio de imaginar nuevos mundos cada vez que me subo a mi bici. Hasta la próxima.
Moverse en bicicleta por Bogotá es atreverse a inventar nuevas formas de vivir y de habitar esta ciudad, y es ahí cuando el caballito de acero se convierte en una metáfora ambulante de la resistencia. Esto es algo que entienden muy bien las cientos de personas que los miércoles, cada quince noches, responden a la convocatoria de Andrés Felipe Vergara y su grupo de compañeros. Es algo conmovedor, gente que no se conoce pero que se reúne por el solo placer de compartir el paseo nocturno y de recuperar, aunque sea por unas horas, espacios que han sido arrebatados a los ciudadanos por la inseguridad y la violencia. Muchos son jóvenes universitarios, pero también hay gente mayor y algunos adolescentes, incluso el otro día vi a alguien que paseaba con su perro dentro de un bolsito amarrado a la parrilla. Los veo en fila, tan callados, disfrutando el paisaje nocturno y, a la vez, dejando constancia de que el espacio público es de todos y para todos. Aunque no se trate de un hecho consciente, el paseo se convierte en un acto político de ejercicio ciudadano y, para mi, es inevitable pensar en algunas experiencias maravillosas de resistencia pacífica y recuperación del territorio.
Los humedales de Torca y Juan Amarillo, y los parques lineales Río Molinos y Río Negro son solo algunos de los espacios recuperados en las noches de los Ciclopaseos. Visitarlos, a través de la red de ciclorrutas, es descubrir una ciudad completamente diferente a la que conocemos. Una ciudad que podría ser mucho más amable solo si sus ciudadanos y ciudadanas se dieran la oportunidad de empezar a imaginar otras maneras de habitarla. Mientras llega ese momento yo seguiré reviviendo aquel instante, como si fuera una niña, experimentando la sensación de libertad y el privilegio de imaginar nuevos mundos cada vez que me subo a mi bici. Hasta la próxima.
Humedal de Juan Amarillo visto desde el Ciclopaseo, en uno de los recorridos diurnos camino al Parque La Florida
* Si usted quiere unirse al Ciclopaseo de los Miércoles puede consultar: http://www.facebook.com/group.php?gid=5085433513
Es un escrito muy bonito y motivante hasta para los aspirantes a ciclopaseístas a quienes nos tiene corridos el hecho de que solo llegar hasta el sitio de encuentro es todo un paseo que nos dejaría al límite de nuestras capacidades... ¡antes de empezar!
ResponderEliminarNo se diga pues al final del "vuelto", cuando no todo ha terminado, ya que falta otra etapa hasta la casa.
De pronto otra buena reseña y un paseo no tan largo, para principiantes, nos hace arrancar.
Mientras tanto, no detenga su pluma: lo hace muy bien.
MOtero, 3 abr 2011.
Motero muchas gracias por la visita, y por las palabras. En realidad parece más difícil de lo que es. Una buena manera de comenzar es ir a uno de los recorridos de los domingos, sin prisa y de día, con calma. Los recorridos suenan más largos de lo que realmente son porque tenemos la perspectiva de la distancia en carro o en bus y con trancón, así todo se siente lejos. También hay que tener en cuenta que los recorridos se hacen a través de la red de ciclorrutas que atraviesan la ciudad de una manera diferente que las calles y esto hace que las distancias se acorten. El ciclopaseo no es una actividad deportiva (de hecho, aunque hago mi mejor esfuerzo, nunca he logrado ser una buena deportista) se trata literalmente de un paseo, es decir se recorre a baja velocidad. Todo esto, sumado a la sensación de seguridad que da hacer el recorrido con 120 personas que van a ayudarte en cualquier cosa que necesites, hace que en realidad sea una muy buena experiencia. Para los recorridos nocturnos hay varias opciones, hay gente que busca llevar la bicicleta en carro hasta el lugar de la salida, o también a quienes se apoyan con amigos que vivan o trabajen cerca al punto de encuentro y dejan allí guardada la bici desde el día anterior. El regreso, por ejemplo, se hace por grupos según a la zona de la ciudad donde vaya cada quién, otros vuelven a dejar la bici cerca al lugar de encuentro y se devuelven en carro o en taxi. En fin hay alternativas que la misma gente del ciclopaseo te va a ir contando. En fin... tal vez lo primero es estar pendiente del próximo ciclopaseo diurno y en domingo.
ResponderEliminarPor cierto, yo ya di una vuelta por tu blog y me gustó lo que encontré. Espero volver y que vuelvas por acá.
Muchas gracias, has sido muy amable al responderme tan rápido. Voy a animarme a ir un domingo a ver cómo me va. Es decir qué tan bien me va.
ResponderEliminarY qué bueno que hayas visto el blog, imagino que encontraste la puerta oxidada porque parece que casi nadie entra por ahí; no escribo tanto como quisiera y es lástima porque abunda material de tanto "bárbaro" del idioma. Te invito a seguirme allí y en twitter (mjoterod), espero tener algo nuevo pronto.
Saludos, MOtero
Siempre he tenido la curiosidad por (como tu dices) -desafiar el miedo- de ser acorralada en la via; hasta hace muy poco pensaba que ir en bicicleta era sinonimo de estar muy "quebra´o" pero el hecho de ver el entusiasmo de personas como tu que sienten aquel paseo como una oracion, una meditacion en un mundo caotico o natural, me hacen sentir que en mi cabeza ya no cabe mas la idea de verme como un animal de corral que esta siendo llevado al matadero.
ResponderEliminarMi mejor amigo lleva mas de seis meses viajando por todo Bogotá en su bicicleta, se ha convertido en un hombre feliz, saludable y sobretodo mas espiritual, me ha contagiado la pasion que siente al arreglar su compañera para salir a recuperar el mundo que nos es limitado para los que lo vemos desde una vitrina con ruedas, me a hecho tomar conciencia de mi vida y la de los demas y lo mejor de todo me convencio para encontrar mi propia compañera de viaje. Esta es mi siguiente meta: vencer el estupido miedo a la libertad y tomarme el mundo con las ruedas de mi bicicleta.
Ánimo Paz, no es solo la bicicleta, la bici es la metáfora, lo que hay en el fondo es ¿cómo deshacerse de los miedos? y por su puesto, cómo hacerlo de una manera liberadora, sin correr peligro. Mucha suerte con el viaje y vuelve por acá.
ResponderEliminarQuiero hacerlo!! Quiero hacerlo y arriesgarme... Pero da miedo.... Sobre todo porque lo haría sola.... Algun consejo para una aspirante a bicicletista solitaria??
ResponderEliminarSaludos..
Katherine
Hola katherine !! Dónde estas?si de casualidad estas en Mexico yo buscaría a Mujeres en Bici , un grupo de chicas que promueven el uso de la bicicleta en el D.F... están en Twitter @mujeresenbici me cuentas cómo te va...
ResponderEliminarEste comentario ha sido eliminado por el autor.
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