Todos Los Nombres

4 de mayo de 2019
Ejercicio para el Taller Distrital de Crónica


Allí, como si esperaran a la orilla del tiempo, se encuentran todos los nombres. Están tallados en piedra con la intención expresa de trascender y permanecer más allá de la muerte, grabados como testimonio indeleble de su paso por la vida, en vida, y del amor de quienes les sucedieron en el tiempo.

Algunos nombres son compuestos, largos, emperifollados y, por supuesto, distinguidos; adornados con letras de caligrafía estilizada, con gracia y serifa. Nombres elegantes y bien vestidos que se encuentran arropados por sólidos mausoleos con clara pretensión de eternidad. Algunos son discretos y sofisticados, y en eso reside su elegancia; otros son opulentos y escandalosos, burda y atemporal expresión de esa manera tan particular de ejercer poder, avasalladora y aplastante.

Otros son nombres comunes. Aunque gramaticalmente se trata de nombres propios, la austeridad de sus lápidas los muestra casi como sustantivos genéricos que, en conjunto, cumplen la heroica misión de nombrar la existencia misma de cada ser humano, y a través de cada uno de ellos, la de la humanidad entera. El nombre común nombra y ejerce el mágico conjuro que confiere existencia y realidad a cada quien y cada cual, en el pasado y para siempre; siempre y cuando alguien lo recuerde.

Todos están allí, juntos, en el Cementerio Central de Bogotá, uno al lado del otro, paradójicos y contradictorios como la vida misma, como en la vida misma. Cuánta vanidad, cuánta pretensión, cuánta desigualdad perpetuada en un solo lugar; y a la vez, cuánta humanidad y cuánta solidaridad en gestos de amor casi imperceptibles: una flor, una foto, una leyenda o una simple palabra. Señales sutiles que mandan mensajes poderosos y vinculan a los que se quieren a través de los tiempos y a pesar de las ausencias. Son los hilos del recuerdo que tejen y entretejen esa malla inmensa y colorida que es la memoria colectiva. Esa red que vincula en una misma realidad a los que se quieren, vivos y muertos, con los que no se conocen porque no han compartido el tiempo y el espacio.

Cada nombre, y el recuerdo que lo habita, lleva en sí mismo a los demás, los del pasado y los del futuro. Se trata de una bellísima expresión de solidaridad entre las generaciones, más allá de lo que cada quien es o fue, más allá de la muerte. Cada nombre es, a la vez, todos los nombres, en todos los tiempos.

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