Lo común y lo corriente, esa manera femenina de entender la vida


Estas son las palabras que leí en el foro: Experiencias y Aportes Fundamentales de las Mujeres en la Construcción de Paz. Comisión de Seguimiento a la Ley de Víctimas. Bogotá 09 de marzo de 2017 - Congreso de la República de Colombia.

He visto a mi madre llorar mil veces junto al recuerdo de su hermano asesinado y de su casa devastada por una violencia, ya casi inmemorial, en el Norte de Boyacá. He visto a mi tía dedicar en vano una tercera parte de su vida a la búsqueda de la más mínima pista que le hablara de su hijo desaparecido en las selvas del Guaviare.  He visto a mis amigas diluirse en lágrimas, y sentir que la vida misma se les iba, llorando la pérdida de un ser querido, o sufriendo el dolor insondable que causa la violencia; esa que se sufre por la decisión consciente y deliberada de otra persona. Pero también he visto a esas mismas mujeres levantarse cada día, durante años, remangarse y encarar la vida cotidiana y doméstica con toda la entereza que le falta a quién se oculta detrás de un arma y del poder mal utilizado. He conocido mujeres combatientes, que, en la expresión más contundente de la valentía, tuvieron el valor de desmovilizarse, aún a sabiendas de que en ese acto se jugaban la propia vida y la de su familia; y he conocido mujeres oficiales y suboficiales, de las fuerzas armadas de Colombia, que han dedicado cada momento de su existencia a hacer de éste un mejor país. A todas ellas: víctimas, resistentes, excombatientes, resilientes; las he visto sembrar, cocinar, estudiar, luchar, limpiar, dirigir, construir, narrar, tejer y entrelazar los hilos de la vida y la esperanza. Las he visto cuidar a los demás por encima de sí mismas y las he visto sumarse incondicionalmente a otros, y a otras, para encarar empeños colectivos. 

Foto: Soraya Bayuelo

Foto: Soraya Bayuelo


Esa capacidad de las mujeres, infinita, y a la vez casi intangible, de construir lazos solidarios y de honrar la vida en los actos más mínimos y cotidianos, es la que tenemos que hacer visible ahora que hemos decidido caminar la paz.  Es allí donde hay un vasto conocimiento sobre cómo hacer las paces acumulado durante décadas; probablemente, las mismas que empeñaron los guerreros en aprender y en enseñar a hacer las guerras. Hacer evidente lo común y lo imperceptible es nuestra tarea más inmediata en este momento. Durante siglos los relatos sobre Colombia ocultaron convenientemente a las mujeres y a todo aquello del mundo cotidiano que no aludiera a la violencia; y así, nos quitaron la posibilidad de reconocer que tenemos la capacidad de vivir en paz, y que hacerlo, es solamente fruto de nuestra decisión. Los hombres guerreros y victimarios fueron convertidos por la historia y la memoria colectiva en héroes o en villanos famosos y legendarios que se constituyeron en referentes nacionales. Por épocas llegamos incluso a creer que estábamos irremediablemente condenados al horror, pues no éramos capaces de reconocer aquello que estaba a la vista: que la mayoría de gente en Colombia no ha cedido nunca, ni aún bajo las peores circunstancias, a la tentación de la violencia. Es el momento de hacer visible esa sutil manera femenina de entender el mundo, basada en una ética del cuidado por y para el otro que se expresa en actos mínimos sin ninguna pretensión de grandilocuencia. Nuestra tarea es narrar y construir una nueva historia más allá de la violencia y los hombres guerreros, un nuevo relato sobre las muchas formas de paz que hombres y mujeres hemos construido desde el mundo común y corriente:  el trabajo, los emprendimientos, los empeños colectivos, la fiesta, la comida, las artes, los oficios, el amor, las familias, la escuela, la música, el deporte; no hay que buscar mucho más allá, aquí mismo anidan los secretos de la paz, y las mujeres sabemos muy bien cómo escudriñar en ellos. 
Foto: Soraya Bayuelo

Foto: Soraya Bayuelo

Construir paz desde el mundo de lo común implica, además, para las mujeres, derribar inequidades y desigualdades históricas. Ningún derecho está garantizado, ninguna conquista es aún suficiente para superar la situación de vulnerabilidad en la que se encuentran millones de mujeres en Colombia. La pobreza, la exclusión, la falta de educación, la violencia física, verbal, sicológica y económica; el abuso sexual, la absurda pretensión de controlar los cuerpos de las mujeres, y todo lo que ello implica, son la materialización de una ideología de la exclusión que, silenciosa y letalmente, se cuela entre las grietas de nuestra débil democracia y, aunque victimiza a las mujeres en primera instancia, termina esclavizando también a los hombres y empobreciendo a la humanidad entera. 
Foto: Soraya Bayuelo

Foto: Soraya Bayuelo

Las mujeres colombianas, sobre todo aquellas que habitan los campos y las zonas rurales, han resistido a esta violencia infinita, muchas veces invisible hasta para ellas mismas, y con la fuerza arrolladora de la vida, han insistido y persistido en su empeño por transformar su mundo, y a través de ellas, el de todos nosotros. Es hora de escucharlas, son ellas las que tienen mucho que enseñarnos sobre la vida y la paz, son ellas las que más han sufrido y resistido a la violencia en todas las formas en que es capaz de manifestarse esta alimaña. Por eso, son ellas las que saben mejor que nadie cómo caminar y hacer el camino de la paz, allí en el último rincón, donde todo es difícil para todos. Los guerreros han hablado de guerra mucho tiempo y los hemos oído en silencio, casi de manera complaciente; ahora vamos a escuchar a las mujeres campesinas, de todos los colores, ellas tienen los pies bien puestos en la tierra y tienen mucho que contar sobre la paz. Nosotras, mujeres de otros contextos y territorios, mujeres de ciudad que hemos tenido el privilegio de la paz, con la fortuna que esto implica para nuestras vidas, tenemos la ineludible tarea de trazar puentes entre todas estas formas femeninas de entender el mundo, de construir y re-construir los lazos rotos y de honrar la vida.
Foto: Soraya Bayuelo

Foto: Soraya Bayuelo

Foto: Soraya Bayuelo


Todas, unas y otras, tenemos la tarea de hacer y de contar esta historia, este otro relato sobre lo que hemos sido y lo que queremos ser; sobre lo común y lo corriente, y cómo allí, hemos habitado el sutil y casi imperceptible mundo de la paz, aún en los momentos más violentos de nuestro país. La memoria de lo cotidiano es femenina, aprendí hace muchos años en los libros, y luego, recorriendo de punta a punta este país. Esa manera tan particular de guardar pequeños objetos, papelitos, y fotos que solo cobran significado ante la remembranza del afecto y la emoción, es femenina, aún cuando sea también una práctica de los hombres. Es el momento de escudriñar en los cajones, en las libretas, en cada rincón de los recuerdos, y sacar a la luz cada rastro, cada pista que nos permita reconocer cuánto sabemos de la paz y qué tenemos que hacer para tejer vínculos entre nosotros mismos; para que todo lo que le pase a los demás, nos duela, nos alegre o nos conmueva. Para que nunca más, de ninguna manera, permitamos que se repita el horror y la soledad de la violencia. Es hora de escuchar y de aprender de esta manera femenina de estar en el mundo y de entender la vida. Muchas gracias. 

Comentarios

  1. Excelente presentación, Tatiana, acorde con tu compromiso con el país y las nuevas sensibilidades que éste requiere de todos/as y cada uno/a de nosotros/as

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  2. Ojalá todas pudiesemos deponer los odios y entender, que ellas, las que no tuvieron el privigilegio de vivir en la paz de la ciudad, ya lo hicieron. Excelente artículo.

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  3. Admiro el coraje de todas las mujeres que enfrentan sus temores y construyen un camino a partir de su experiencia. Gracias por la reflexion

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