Una bicicleta para volar


Pues cómprate una bicicleta para ir a la universidad, dijo Oscar mientras yo lo oía con fascinación. ¿Una bicicleta? La idea de subirme en una bicicleta y desafiar el caótico tráfico Bogotano sonaba descabellada. No había ciclorrutas, los buses se enfrentaban a muerte en la “guerra del centavo”, no se respetaban ni las más mínimas normas de tránsito y las calles eran sitios peligrosos donde se imponía la ley del más fuerte. Pensar en la cicla era realmente una locura... pero en 1993, veinte años atrás, las locuras ejercían en mi una poderosa atracción, difícil de resistir (igual que ahora). Además, definitivamente, necesitaba ahorrar dinero si quería llevar a buen término mi proyecto de independizarme, a pesar de estar cursando los primeros semestres de carrera.

Pagué mi bicicleta con canciones, literalmente, y me llevé la “todoterreno” más barata que existía. Era verde, no tenía cambios y pesaba tanto como mis ganas de beberme la vida a borbotones. Aquel día guardé mis libros de historia del Renacimiento en el morral y salí pedaleando hacia la universidad, pensando en Leonardo Da Vinci, en su genialidad y en mi felicidad. Desde el Park Way subí por la Av. 39 hasta la Carrera Séptima y, en menos de 10 minutos, estaba en el Departamento de Historia de la Universidad Javeriana, con esa sonrisa que me sale cada vez que me subo a la bici.

Eran tiempos difíciles en Bogotá, Pablo Escobar se había empeñado en asustarnos a todos y explotaban bombas en los sitios más inusitados. Unos meses atrás, aquel 15 de abril, una casualidad me había salvado de quedar atrapada bajo los escombros del Centro 93. Después de la estruendosa explosión que acabó con la vida de 11 personas, dejó centenares de heridos y millonarias pérdidas, y una vez superé el estado de aturdimiento inicial, me di cuenta que salir a la calle se había convertido en todo un reto para mi. De repente me vi, no solo en la calle, sino en la bicicleta, afrontando mis miedos, diciéndome y diciéndole al mundo que no estaba dispuesta a permitir que nada ni nadie se interpusiera entre mis ganas de volar. Desde ese momento, hasta hoy, la bicicleta encarna para mi una manera sutil y cotidiana de resistencia, una metáfora ambulante de la libertad.
Desde la bicicleta empecé a decir, fuerte y en público, en lo público, cosas que otras personas no se atrevían a decir. A medida que pedaleaba iba desbaratando estereotipos sociales ante la mirada atónita de los celadores que, al principio, pensaban indefectiblemente que si llegaba en bicicleta era porque debía trabajar en alguna oficina de mensajería; y yo pensaba ¿y qué, si lo fuera?. Mis compañeros y sobre todo mis compañeras de carrera estaban encantadas y me animaban, aunque decían no atreverse a montar en el caballito de acero. Empecé a ver todo con otra mirada, aspirar a un carro, como tantos estudiantes, ya no tenía sentido, no lo necesitaba, es más, ya no lo quería aunque tuviese el dinero para comprarlo. Cuando hice consciente esa sensación entendí que no se trataba solo de una metáfora, era algo mucho más poderoso. En realidad me había convertido en una mujer más libre; me había desprendido de un montón de prescripciones sociales sobre el dinero, la manera de vestir, de recorrer y habitar la ciudad, de relacionarme con la gente, de analizar los riesgos y de afrontar los miedos. Desprenderme de ese lastre, me hizo más liviana y, en mi bici, aprendí a volar cada vez más alto.
Esta foto circula en las redes sociales con la leyenda: Mujer, ni sumisa, ni devota, te quiero libre, linda, loca y pedalera!!..  Siempre me ha parecido que refleja muy bien lo que sentí cuando empecé a montar en bici.

Al principio el trayecto era corto. La avenida 39 no tenía buses y eso hacía más fácil el recorrido; sin embargo tropecé con otras dificultades. Con el tiempo tuve que aprender que para sobrevivir en la calle tenía que entender la lógica de la calle, conocer sus personajes e intentar ponerme en sus zapatos para descifrar sus maneras de pensar y de relacionarse. Mucha gente, preocupada por mi seguridad, me decía que me cuidara de los mendigos que frecuentaban esa calle, eran peligrosos, “desechables”, la escoria de la sociedad, con quién nadie quería relacionarse. Una mañana cuando iba hacia la universidad, esperando que el semáforo se pusiera en verde, un hombre vestido con harapos se me acercó, más de lo que yo hubiera preferido, y haciendo el ademán propio de un mimo, fingió limpiar el “vidrio panorámico” de mi vehículo, tal y como hacía con los otros carros que paraban allí. Sin decir nada me miro fijamente, de manera desafiante, y extendió su mano para recibir el dinero. Lo miré a los ojos e hice el ademán de sacar una moneda invisible y depositarla en su mano. ¡Qué desconcierto para aquel hombre! ¿no me da una moneda, mona? Me orillé y le dije que habláramos, le expliqué que era imposible, le conté que iba en bicicleta porque tenía que ahorrar dinero y que tenía que pasar por allí todos los días, varias veces al día, y que si cada vez tenía que pagarle me iba a salir más caro que ir a la universidad en bus y que yo, la verdad, estaba feliz con mi bicicleta. Él estaba sorprendido con mi discurso, le parecía una escena inverosímil. Me contó que en realidad no era un mendigo, era un reciclador y que los últimos jueves de cada mes se reunían allí con otros compañeros porque estaban creando una asociación para que se entendiera que los recicladores podrían jugar un papel importante para la ciudad y para el medio ambiente. Yo, por mi parte, le conté que conocía a Pedro a su esposa y a su perro, tres seres maravillosos que pasaban por mi casa cada semana preguntando si teníamos algo para reciclar. Se sonrió, nos dimos la mano y nos despedimos sin entender muy bien lo que había pasado pero con la certeza de que el encuentro, en algo, nos había cambiado la vida. A partir de ese día me convertí en un personaje popular entre los recicladores y cada vez que pasé por esa calle, durante los cuatro años siguientes, no solo me ofrecieron sus calurosos y estrepitosos saludos sino su protección. Nada en esa calle había cambiado, las mujeres seguían caminando de prisa con la cartera apretada entre los brazos, los personajes harapientos eran los mismos, la basura era la misma y sin embargo, mi percepción sobre la seguridad en la ciudad nunca volvería a ser la misma.

Con el tiempo estar en la bici se me hizo algo natural. Al año siguiente fui seleccionada por Colciencias para conformar el equipo de investigadores que apoyarían a la Misión de Ciencia Educación y Desarrollo cuya sede se había instalado en las antiguas residencias estudiantiles de la Universidad Nacional en la Carrera 50. Aprendí a bajar por la Calle 45 hasta la Universidad Nacional y atravesar por mi antiguo campus hasta salir por la Calle 40 cerca a Inravisión. Para sorpresa mía me habían asignado como única investigadora en Bogotá del equipo que dirigía Gabriél García Márquez. Ser investigadora de un premio Nobel me tomó por sorpresa y en un principio me desestabilizó, ¿sería capaz de hacer ese trabajo habiendo cursado tan solo unos cuantos semestres de la carrera de historia?, no sabía nada de educación, tenía que entrar en contacto con un montón de gente famosa e importante, ¿sabría como hacerlo? ¿sería apropiado llegar en bicicleta a las reuniones de trabajo? me asaltaron todas las dudas y los miedos en el mismo instante. El maestro, muy perceptivo, lo notó y al vuelo se apresuró a decir que me habían escogido por tener formación en una disciplina artística y por estar estudiando una ciencia social, lo cual resultaba ideal para la investigación que adelantaríamos sobre la enseñanza de las artes en Colombia. Me explicó que mi labor consistiría en apoyar el proceso de recolección de información que dirigiría la socióloga Judith Nieto López y que no se me pediría nada que no correspondiera a mi nivel de formación. En cuanto a la bicicleta... me dijo con cara de complicidad, me parece maravilloso que mi investigadora la use y ojalá convenza a otros de que se suban a la bici a ver si empezamos a cambiar esta ciudad. Si tienes cualquier problema con la gente que vamos a entrevistar por el hecho de andar en cicla me avisas y lo resolvemos inmediatamente. Respiré hondo, los sustos desparecieron al instante y, más que nunca, me sentí orgullosa de haber apostado por la bicicleta.

Atravesando la Universidad Nacional en bicicleta la ciudad se me hizo mucho más pequeña de lo que hasta ese momento me había parecido. En pocos minutos podía recorrerla en dirección Oriente – Occidente por la 26, o Sur - Norte por la Carrera 30, la principal dificultad seguía siendo la invisibilidad. Era un efecto increíble, como por arte de magia, cada vez que me subía a la bici me volvía invisible para los conductores de automóviles. No me veían, o no querían verme, así fuera a plena luz del día, era como si no existiera y permanentemente sentía que me iban a pasar por encima. Durante esos años, montada en la bici aprendí también la importancia del reconocimiento en lo público. Entendí muy bien lo que sienten las personas que no son reconocidas y permanentemente son pisoteadas por otros que ejercen su poder o su posición hegemónica de manera irresponsable. Después de graduarme dejé de montar en bici un tiempo, el centro de mi vida se trasladó al centro de la ciudad donde quedaba la sede de Colcultura, actual Ministerio de Cultura. Por un tiempo dejé de pedalear por la ciudad pero mi horizonte se amplió hasta abarcar el país entero.

Hoy me cruzo en la ciclorruta con un montón de gente y siento una felicidad inmensa viendo cómo cada día más personas, entre ellas muchas mujeres, se atreven usar la bicicleta en Bogotá. Hay miles de problemas con las ciclorrutas, no están bien mantenidas, no están señalizadas, las rutas no están bien conectadas, están invadidas por vendedores ambulantes, hay inseguridad... Si, son muchas las fallas, mis compañeros y compañeras del movimiento de la bici lo mencionan a toda hora y demandan firmemente mejorar las condiciones para los ciclistas urbanos. Tienen razón, hay mucho por hacer y es necesario hacerlo pronto, pero para mi es inevitable ver cómo en estos 20 años ha mejorado la situación de quienes nos movemos en bicicleta y es un orgullo saber que, de alguna manera, hago parte de ese cambio. Hoy veo hacia atrás y veo cómo el impulso que me dio la bicicleta me ha alcanzado para volar alto y lejos; me ha permitido mostrar a otras personas, entre ellas a mis propias hijas, la importancia de apostar por lo que uno cree y me ha permitido confirmar que siempre, siempre, vale la pena volar para alcanzar los sueños... aunque a veces parezca una locura.

Comentarios

  1. Hola Tatiana:

    Que buen relato. Recreaste de forma excelente la escena del mimo y la moneda invisible, y lo de ser investigadora de Gabriel García Márquez que envidia, ¿cuanto y cuantos no daríamos por cruzar un par de palabras más allá del saludo con ese señor?

    ¡Un Abrazo!

    Juan Manuel Rodríguez B.

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  2. Juan !! que sorpresa verte por acá... gracias espero verte algún día en vivo y en directo ! va abrazo de regreso.

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  3. ¡Simplemente genial y motivante! Al terminar de leerlo, la única palabra que se me viene a la mente es: ¡Gracias! Por en maravillosas palabras mostrar lo maravilloso de la bici.

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  4. Nicolás gracias a ti por tomarte el tiempo de leerlo y comentarlo, y por apostarle también a la bici

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  5. Me quede sin palabras Tati, que relato tan espectacular, tenemos que tomarnos un cafè. Tengo muchas preguntas

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    1. Claro que vamos a tomarnos un café !!! un abrazo y gracias a ti.

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    2. Que inspiradora eres Tatiana. Aprender a ejercer la libertad, la autenticidad...que bonito. Abrazotes

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  6. Hola Tatiana, un saludo... en verdad un relato lleno de emoción y sentido para los que hemos conocido Bogotá en Bici. Ya voy para tres años en el "Capi" y agradezco haberme "montado" a Bogotá primero en Bici y luego en más llantas: Amigos, rutas, senderos silenciosos y otra forma de ver este hormiguero de millones... para mi la bici también me hace volar.... un abrazo y sigue pedaleando... Edwin A. Gómez

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    1. Tienes razón Edwin, los bici-amigos, somos toda una comunidad, un abrazo para ti !!... y nos vemos en la ruta.

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  7. Sencillamente una belleza este escrito. Felicitaciones por inspirarnos y por seguir creyendo en esta causa. Nos seguiremos encontrando en las CicloRutas y en la Ciclovía.

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    1. Yo lo único que hago es ir en bici por la vida... gracias a ti y a la gente del movimiento por el empeño para hacer de esta una ciudad más amable con la gente

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  8. Gracias por tan hermosa historia, es para mi un orgullo pedalear a tu lado y trabajar por replicar estas historias por los siglos de los siglos.

    Un beso gigante.

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    1. Querido Fabian, orgullo el que da ver a gente como tu reivindicando derechos y trabajando por construir un mundo mejor, más democrático, más justo... eso da orgullo y esperanza!!

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  9. Qué maravilla de escrito, esto en realidad es una motivación para todos lo que hoy en día somos activos en este movimiento y para los que aún no se atreven pero sienten esas ganas de mudar a la bicicleta, mis felicitaciones totales y sin embargo gracias por luchar, por demostrar que el creer y el querer, son un poder personal.

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    1. Gracias a ti por la visita Ryan !! y por apostarle a una forma más amable de movilidad!!

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  10. Genial esa manera de narrar las vivencias de la cotidianidad y enseñar que en la simplicidad está la grandeza de las cosas, muchas gracias por compartirnos tu vida.

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  11. Beatriz muchas gracias a ti por abrir esta puerta y entrar. Bienvenida!!

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  12. Preciosa historia, que me hizo pensar en Bogotá de otra manera e imaginarme a Tatiana pedaleando.

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    1. Tony !! qué buena sorpresa !! gracias por la visita, te mando un abrazo

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  13. Esta ciudad es una maravilla para montar en Bici, aunque solo lo hago los domingos. Felicitaciones por la narración y gracias por publicarla

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  14. Uff Oscar, te estaba respondiendo a ti no a Tony a quién además conozco... nuevamente muchas gracias por leerme

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