En realidad no es una plaza de mercado, son dos calles llenas de barullo, olores, colores y texturas; todo un carnaval de los sentidos. Racimos inmensos de plátano, bandejas rebosantes de pescado, frutas, verduras, carritos repletos con toda suerte de cachivaches. Y la gente, la gente negra del Pacífico, vital, alegre, cálida. Gente que anda de un lado para el otro, que se ríe a carcajadas, que conversa animadamente, que canta, que compra y que vende. Gente que observa desde su balcón a la otra gente, gente que me mira extrañada mientras me abro paso entre el tumulto con ese andar quedo y pausado de quien simplemente va y se deja llevar por la algarabía. Por un momento es fácil olvidarse del conflicto, de la pobreza, de la marginalidad y del paro minero. Por un momento el tiempo se detiene y solo existe la felicidad de existir y estar con los demás en este presente largo que no quiero que termine.
Carnaval de los sentidos - Istmina 2012
Puente en Istmina - 2012
Voces de mujeres Se oyen voces de mujeres. Palabras firmes que demandan, que denuncian, que reclaman igualdad y equidad en medio de los abusos soportados día a día y desde siempre. Voces valientes que reivindican la vida en su sentido más profundo, con la autoridad y dignidad que otorga dedicar la suya a cuidar la de los otros. Voces que se alzan para gritar que no está bien, que no es aceptable, que no es normal ni es natural violentar a las mujeres, aunque sea una práctica instalada en la costumbre. Voces melodiosas y cálidas que también saben cantar y arrullar, porque entienden bien el poder infinito de la palabra hecha canción. Cantos de mujeres que hablan de su vida cotidiana allí donde todo es difícil para todos, pero más para ellas. Voces en forma de alabaos y gualíes que cantan al duelo y la tristeza; y a la vez cantos de alegría hecha canción, marimba y chirimía, que reafirman la esperanza en medio de las dificultades. Así, con voz de mujer, suena mi versión de Pacífico.
Voces de mujeres - Quibdó 2012
El Diablo
Le dicen “El Diablo” porque de pequeño era muy inquieto. En él la palabra se hace narración y sabiduría, eco de generaciones pasadas. Hasta hace poco, y desde Bogotá, era mi referencia más concreta y completa del Pacífico. Después de tantos años fue un privilegio visitarlo en su casa, conocer a su familia y poder compartir un poco de su mundo en Tumaco. Todo en él es generoso, su sonrisa, sus abrazos, su mesa y su capacidad de entrega a los demás. Nos contó de su abuela y de su mamá que era maestra. De cómo se negaron rotundamente el día en que, siendo aun niño, aquel hombre de Millonarios quiso llevárselo para convertirlo en arquero. Intuían bien, con esa intuición que rápidamente se convierte en certeza, que él tenía un compromiso ineludible con las comunidades, con la palabra y con su asombrosa posibilidad de transformación. Aquella noche volvimos el tiempo atrás y recorrimos de nuevo algunos caminos que habíamos transitado juntos en este empeño por construir democracia a través de la comunicación. Aquella noche, nuevamente, me sentí afortunada de enriquecer mi vida con trocitos de la vida de gente tan maravillosa como Carlos.
Granada, en las noches de verano, huele a jazmín, a azahar, a albahaca y a romero. Por las calles empedradas del viejo barrio Albayzin deambulan perezosas las historias de amor y de aventura de quienes, una vez, fueron seducidos por el embrujo de esta ciudad mágica y misteriosa. Y allí, sigilosos, como siempre, los gatos. Dueños del silencio, de la luna y de la poesía, dueños de la noche y del tiempo. Entre las rendijas de los muros blancos se asoman con cautela y se vuelven invisibles a la más mínima provocación. Barrio Albayzin Allí, justo allí, donde la noche se hacía susurro y se arropaba con los aromas del verano, allí nos esperaba pacientemente y en actitud contemplativa. Nos escuchaba a lo lejos y al instante salía a nuestro encuentro haciendo aquel sonido que había reservado solo para nosotros en los momentos de mayor intimidad, mezcla de maullido y ronroneo. Saltaba entre los muros y los árboles, dándose las mañas para no pisar el suelo ni una sola vez y, as...
Fue hace solo unos meses, por casualidad, así como ocurren tantas cosas importantes en la vida. Pedaleaba sin prisa y sin rumbo fijo por la red cuando la canción se me atravesó en el camino y, sin siquiera pedir permiso, se instaló en un lugar recóndito del alma. Si te arrancan al niño, que llevamos por dentro, si te quitan la teta y te cambian de cuento, no te tragues la pena, porque no estamos muertos... llegaremos a tiempo. Me detuve y la oí, y la volví a escuchar una y otra y otra vez. A los pocos minutos ya me la sabía y unos días después la cantaba una y otra y otra vez, en silencio, para mí, tejiendo un lazo inquebrantable con aquella metáfora de la esperanza. Leía, hablaba y escribía sobre las víctimas del conflicto armado y allí sonaba en segundo plano, llegaremos a tiempo. Intensas jornadas discutiendo el papel de la memoria en los procesos de reparación a quienes lo han perdido todo, sus seres queridos, sus tierras y su cultura; y no dejaba de oírla, llegaremos a tiempo....
Dejo aquí las palabras que leí el domingo 19 de Enero de 2014, en el marco del concierto-homenaje que el maestro Fabio Cristancho ofreció a mi padre por una vida entera de generosidad y pasión por la música. Cada ocho días tengo el privilegio de asomarme a un mundo maravilloso. Cada ocho días, si estoy en Bogotá, me enfrento a la locura del tráfico, me cuelo entre los intersticios de mi agenda, le hago el quite a la cotidianidad, apago el celular y me sumerjo en otra dimensión. Cada ocho días, durante dos horas, me vuelvo música y el tiempo se hace elástico, se alarga y se eterniza entre el canto ronco y profundo de los violonchelos. Cada ocho días la experiencia de hacer y ser música con otros, reafirma mi convicción sobre lo colectivo. La posibilidad de construir con otros, y para otros, la importancia de inspirar y conspirar en torno a un propósito común. En cada ensayo Adriana, nuestra directora, maestra y primer chelo del cuarteto en el que toco, nos recuerda todo aquello qu...
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