Nanas para Elena

Hace unos diez años, a punto de nacer nuestra primera hija, le pedí a Alejandro que me ayudara a pensar cómo decorar su habitación. No se mucho de esas cosas, Oscar mi marido, menos; y además, en esa época me encontraba en una carrera contra el reloj intentando terminar la tesis de doctorado, así que mi cabeza no tenía espacio para pensar en cenefas de ositos. Alejandro, con la generosidad que lo acompaña siempre, me dijo que no me preocupara, que él se encargaría.  Así las cosas, apareció una mañana cargado con pinturas, pinceles, plásticos y espumas y nos despidió mientras salíamos con prisa a trabajar. No habían pasado 15 minutos y yo ya había dejado de pensar en Alejandro y en la habitación. Mientras conducía mi escarabajo rojo por las montañas bogotanas, pensaba en mi investigación sobre la violencia y la esquiva paz de este país; en la inequidad, en la injusticia y en lo difícil que se me hacía aceptar que mi hija nacería en un contexto tan complejo. Sentí miedo, el mismo miedo que experimenté desde que supe que, finalmente, estaba embarazada. Miedo de saberme impotente ante tantos peligros, miedo del futuro incierto, miedo del presente y de no saber cómo cuidar y proteger a esta nueva vida de la que ahora era responsable.

Aquel día trabajé como siempre. Sin parar, sin tener un minuto para respirar y solo al regresar, en la noche, volví a recordar que Alejandro había quedado en mi casa con sus pinturas. Cuando entré al apartamento no había rastros de él y me dirigí a la habitación esperando encontrarla llena de motivos infantiles. ¡ Oh sorpresa !, no tenía nada que ver con lo poco que había alcanzado a imaginar... menos mal. El espacio entero se había transformado de una manera increíble, la cuna en la mitad de la habitación parecía suspendida en el cielo, pero no en cualquiera. Era el cielo de tantos atardeceres Bogotanos, en los que cientos de arreboles bailan una fantástica danza de colores. Todo, el techo, el armario, las paredes, la puerta, todo, excepto el piso de madera, se inundó de poesía hecha color. Estando allí, en la mitad del cielo, y aún sin salir de mi asombro, me di cuenta de que mis miedos habían desaparecido.

En unos meses nacerá Elena, la primera hija de Alejandro, y aunque estoy a miles de kilómetros, quise compartir con él, con Adriana y, por su puesto, con Elena, un poco de la magia transformadora y tranquilizadora de las cosas bellas. Dejo aquí algunas de mis nanas preferidas. Algunas de ellas son canciones populares anónimas, otras son obras de grandes poetas como Miguel Hernández, José Agustín Goytisolo y García Lorca. Están cantadas por mi de la misma manera en que tantas veces le canté a mi hija, junto a su cuna en el cielo. Sin mayores pretensiones, despacito, al oído, acompasadas al vaiven de la mecedora en la que la abrazaba para dormirla y para hacerle sentir que nunca nada, de ninguna manera, podría hacerle daño.


Comentarios

  1. :) que belleza. las nanas llenan mi alma de cosas bonitas, y guardaré esta entrada en mi corazón, para cuando tenga hijos, y cantarles. les dejo dos nanas más, para que los niños crezcan con bella música:
    http://www.youtube.com/watch?v=iEHT-cotNmg
    http://www.youtube.com/watch?v=-TYP7VsZ7jg

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  2. Hola !! gracias por la visita, por las palabras y por las nanas, están bellísimas.

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  3. Excelente Tati! Muy muy bellas! Perfectas para Katya y Maxi.
    Ariadna

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