Bailar empodera: Una mirada a los Derechos Humanos desde historias cotidianas
Desde dónde yo estaba parada, aquellos niños se veían como una manada de jirafas corriendo alegremente por el campo. Eran unos 10, 15 niños, y entre ellos, una chica que no podía parar de sonreír; con una de esas risas contagiosas que se irradian y hacen que todo alrededor se ilumine y parezca mejor de lo que es. Era imposible no mirarlos, tan seguros de si mismos, tan arriba, tan divertidos, tan amigos. Llevaban varias horas subidos en los zancos bajo el sol inmisericorde de Tumaco, pero esto no parecía afectar en nada su felicidad. Igual que todas las semanas, desde hace varios meses, ese día, en ese momento, solo había tiempo y espacio para la buena fortuna de estar juntos. Mientras aquellos pequeños gigantes hacían sus acrobáticas demostraciones, el orgulloso instructor nos explicaba cómo esta sencilla actividad está transformando, para mejor, la vida de cada uno de estos niños, y a través de ellos, la de sus comunidades. “Los zancos nos han permitido pasar por encima de las fronteras invisibles”, decía el instructor para referirse a la difícil situación de quienes han tenido que aprender a sobrevivir, en medio de las temibles bandas criminales que se disputan el control territorial en los barrios y comunas de Tumaco.
De unos años para acá mis compañeros y yo venimos a trabajar con alguna frecuencia a Tumaco. Aquí hemos desarrollado varias estrategias asociadas a la promoción de los Derechos Humanos, pues en este rincón paradisiaco del pacífico, al suroccidente de Colombia, se condensan las grandes problemáticas sociales y políticas de este país y se ponen a prueba los principios básicos del sistema democrático. Poblado por comunidades afrodescendientes que han resistido valientemente a siglos de exclusión y de pobreza, su fortuna y, a la vez su gran desgracia, es contar con ecosistemas de manglares y corales que funcionan como reguladores ambientales pero que, a la vez, facilitan el tráfico y la salida de mercancías ilegales hacia el Océano Pacífico y de allí al resto del planeta. La situación estratégica de Tumaco ha hecho que grupos armados y organizaciones criminales de Colombia, y de otras partes del mundo, se disputen el control territorial, dejando a las comunidades en una situación de vulnerabilidad extrema. En este contexto de tensiones y múltiples violencias, las comunidades mismas, las organizaciones sociales, las instituciones estatales y las agencias de cooperación internacional hacen grandes esfuerzos por fortalecer los derechos de la población civil y por crear una cultura de los Derechos Humanos, aún en medio de la violencia que acecha, acalla e intimida cualquier intento de fortalecimiento de las esferas públicas.
Nuestro trabajo es sencillo pero a la vez profundamente complejo, animamos a la gente a contar historias. Invitamos a organizaciones sociales y culturales, grupos de mujeres, jóvenes, periodistas y artistas locales, a conformar equipos para expresar públicamente, a través de la radio, sus ideas sobre la situación política, social y cultural de su comunidad. Durante el proceso de producción de las historias, este acto sencillo de expresión termina convirtiéndose en un poderoso ejercicio liberador de empoderamiento ciudadano. Hablar para los otros, escucharse mutuamente, ponerse de acuerdo para decidir qué historia contar, cómo contarla, a quién puede beneficiar o perjudicar; implica desarrollar habilidades para incidir en la vida colectiva, pero también volver a tejer, ahí mismo, los deshilachados lazos de confianza que la violencia ha ido resquebrajando. Una y otra vez hemos podido confirmar el inmenso y mágico poder de la palabra compartida y construida colectivamente. Narrar la realidad ayuda a construirla, permite llegar a acuerdos sobre el presente y el futuro que las comunidades quieren compartir en un territorio específico. Nosotros interlocutamos con las historias, brindamos herramientas para analizar las situaciones, preguntamos por las relaciones entre los casos particulares de los personajes y la vida del resto de la comunidad. Propiciamos una reflexión entre las historias y el ejercicio de los derechos, y allí es donde se pone a prueba la capacidad movilizadora y transformadora de este discurso. Hablar de los Derechos Humanos, en un contexto como Tumaco, no tiene ningún sentido si la narración no incluye el relato de historias que muestren cómo este discurso se expresa en prácticas concretas. Las historias de intimidación y violación de los derechos fundamentales, por parte de grupos armados ilegales, contrastan y se complementan con las historias de comunidades enteras que rechazan la violencia con actos mínimos y cotidianos.
Para el pequeño Luis, de 10 años, salir del colegio e ir todas la tardes a la Casa de la Cultura a bailar, se convierte aquí en una reivindicación clara y contundente del derecho a la vida y a la expresión. Luis está hablando con acciones, más que con palabras; está diciendo fuerte y claro, a los chicos malos de las pandillas y bandas criminales, que no quiere ser uno de ellos y que no le interesa el poder de las armas y del dinero manchado con sangre. Aunque aún es un niño él sabe bien que allí, a la entrada de su barrio, lo están esperando; sabe que un día de estos le van a pedir que tome un arma y cometa un delito, que van a amenazar a su familia y que son más poderosos que él; pero también ha aprendido que si va a la Casa de la Cultura allí lo van a cuidar, sabe muy bien que entre los instructores de esta institución, los amigos y los familiares de sus compañeros, han ido formando una densa red de seguridad que lo protege.
Esta red está tejida a base de confianza, solidaridad, afecto y una convicción profunda sobre los derechos y la dignidad por encima del poder. No es una red infalible, pero entre más tupida, más fuerte; mantenerla, fortalecerla y ampliarla es un trabajo diario y constante que valiente y pacientemente hacen, de manera simultánea, muchas personas. Ellas son como delgados hilos de esperanza que, al juntarse, se convierten en fuertes lazos de resistencia contra los violentos. Si, bailar no protege de la violencia en las calles, bailar no desaparece la pobreza ni la corrupción, no cura las heridas ni devuelve a los seres queridos. Pero Luis nos mostró, sin pronunciar una sola palabra, que bailar es liberador, que al bailar se hace consciente la soberanía que cada persona ejerce, y debe ejercer, sobre su cuerpo cómo escenario primario de integridad y dignidad. Bailar libera y, en este contexto, bailar con otros empodera. Bailar la música de los abuelos es mirar de frente a los violentos para decirles, con cada paso de la coreografía, que importan los vínculos, que existe un pasado y la firme convicción de construir un futuro compartido; que hay comunidad y que esa comunidad no está dispuesta a ceder sus derechos frente a unos cuantos poderosos.
Cómo Luis hay cientos, miles de personas en Tumaco, gente que ha decidido no hablar tanto sobre los derechos humanos sino hacerlos evidentes en prácticas sencillas que reivindican la dignidad de la vida. Es lo que hacía aquella chica que no podía parar de sonreír mientras corría con sus zancos. Ella sabe que allí arriba está a salvo, está con sus amigos, está resguardada por las instituciones y las organizaciones que han hecho posible que, cada semana, desde hace varios meses, llegue hasta su barrio el instructor. "Cada vez que se suben a esos zancos su autoconfianza crece y se vuelve gigante como ellos" – dice de nuevo el joven instructor. Hace poco juntaron a todos los grupos de zanqueros de Tumaco y sumaron más de 120 chicos que, en otras circunstancias, no habrían podido conocerse ni relacionarse, pues las bandas criminales impiden que se formen estos lazos, rompen los tejidos sociales y aíslan a las personas. Son 120 niños que con sus “piernas largas” están saltando por encima de las fronteras para abrazarse entre si, para apoyarse y caminar juntos.
Reconocer estos subtextos en las historias locales, y luego convertirlos en relato público para aportar a la construcción de un sentido compartido sobre los Derechos Humanos, es lo que hacemos, de eso se trata nuestro trabajo. El papel de la comunicación, como la concebimos, es hacer visibles estas prácticas que, en conjunto, aportan a la construcción de una cultura de los Derechos Humanos en contextos específicos y asociada a formas de relación de comunidades particulares. Si, eso es lo que hacemos, para eso vivimos. Muchas gracias.
Foto: Alirio González |
Foto: Antonio Arévalo |
Foto: Antonio Arévalo |
Foto: Jeanine El'Gazi |
Foto: Tatiana Duplat |
Foto: Tatiana Duplat |
Foto: Tatiana Duplat |
Foto: Tatiana Duplat |
De acuerdo con tus consideraciones, las felicito a ti Tatiana y a Jeanine (a su equipo) por su entusiasmo, innovación y entrega al servicio de las comunidades, de esa enorme comunidad que somos cuando bajo el sol o ante la luna, convertimos el bienestar en una danza en la que todos participamos, y la alegría en una canción que tod@s sabemos cantar! Tal vez el mayor aporte que podamos dejar los que nos dedicamos a los proyectos de impacto comunitario positivo, sea "la voluntad"! Felicitaciones al profe y a los niños de las alturas.
ResponderEliminarOscar muchas gracias por la visita, por el comentario y por tantos años de soñar los mismos sueños. Un abrazo y ahí, en el camino, nos vemos.
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