Oír a los demás: La comunicación como posibilidad de reconciliación
16 años, ya casi dos décadas recorriendo este país de punta a punta y en los rincones más recónditos. Allí donde nada es fácil, donde todo es escaso, donde la gente se hace invisible para sí misma y para los demás. Allí donde incluso la palabra es un privilegio que solo unos pocos se pueden permitir. Años y años acompañando a las comunidades a hacer radio, oyendo cientos de historias mínimas y cotidianas, en todos los acentos, colores y sabores que este país diverso es capaz de producir.
Son muchos los kilómetros recorridos, los suficientes como para hacer un alto, mirar atrás y preguntarse por las lecciones aprendidas. Todo tiene que ver con la comunicación. Con el acto mágico de ponerse en el lugar de los demás y, por un instante, hacer nuestras sus historias, sus problemas, sus alegrías, sus penas y sus sueños. De eso se trata la comunicación en su sentido más profundo. De su poderosa capacidad de hacer posible la empatía y, una vez allí, en el lugar de los demás, atreverse al diálogo y al consenso, pero también a la deliberación y al desacuerdo, y por su puesto, a la reconciliación y a la solidaridad. Si, de eso se trata, de usar la palabra para transformar y de estar dispuestos a dejarnos transformar en el intento.
Hoy puedo decir con absoluta certeza que lo que más sé en esta vida es escuchar. Desde muy pequeña he sido entrenada para oír, para descifrar e interpretar sonidos musicales; y en estos últimos 16 años me he ido entrenando en la difícil tarea de escuchar a otras personas. Oír otras voces y luego hacer todo lo posible porque esas palabras sean escuchadas por más gente y adquieran el inmenso poder de transformar, para mejor, la vida de los otros. De eso se trata mi trabajo, eso es lo que hacemos en Caracola, la organización que creamos hace unos años con mi compañera Jeanine. Trabajamos para que las comunidades cuenten... y sean tenidas en cuenta, dice nuestro lema. Así resumimos nuestra particular manera de entender y asumir la comunicación.
Hay historias que se repiten una y otra, y otra vez a lo largo de los años. Hemos oído una y mil veces relatos de cómo la gente ha tenido que abandonar sus tierras huyendo de una violencia absurda producida consciente y deliberadamente por otras personas. Hemos oído una y mil veces acerca del abandono allá donde el territorio se hace inmenso y parece desbordar la capacidad de un Estado que, en el margen, se vuelve pequeñito e insignificante. Pero también hemos oído historias de funcionarios valientes que, en contra de todo, han hecho todo por llevar algo de presencia institucional hasta el último de los rincones. Hemos oído historias de comunidades que han encontrado las formas más inusitadas de enfrentar el miedo y la violencia; que han logrado convertir la alegría, la música, la comida y cada instante de cotidianidad en una afirmación contundente de esperanza a favor de la vida.
Hemos oído la voz de quienes han sido víctimas de todas las formas posibles de violencia. Pero también hemos oído la voz de personas que han hecho parte de grupos armados ilegales y que, de manera consciente y deliberada, han causado lágrimas y sufrimiento infinito a otras personas.
Aquel día, cuando por primera vez me enfrenté al duro desafío de escuchar a los victimarios, con todo lo que implica escuchar, despojándome de mis propias rabias y dejando abierta la posibilidad de ser transformada también por sus relatos, entendí el enorme potencial de la comunicación en la reconciliación. En principio lo sabía, lo había leído en palabras expertas de sabios pacifistas y eruditos investigadores en la época en que hice el doctorado. Cientos de páginas, miles de palabras expertas hablando de la importancia fundamental de generar espacios de comunicación entre las distintas partes para poder reconstruir las relaciones rotas y para poder hacer las paces. Pero solo hasta ese día entendí bien de qué se trataba.
-Soy desmovilizado de las AUC – dijo aquel hombre con firmeza, casi desafiante. - Me desmovilicé pero no porque yo lo haya decidido, alguien más lo decidió por mí, del mismo modo en que años atrás alguien decidió que debía hacerme paramilitar-. !Qué difícil escucharlo!, era imposible no pensar en las miles de víctimas despojadas y ultrajadas mientras aquel hombre hablaba de frente, sin mirar a nadie en especial. Era imposible no sentir odio, el mismo que ciega y que impide que veamos y oigamos más allá de lo evidente - No decidí entrar ni salir de las AUC- dijo el hombre, - pero ahora que estoy desmovilizado puedo decidir quedarme de este lado y empezar una nueva vida- Fue ahí que algo cambió en mi y empecé a escucharlo de verdad. Comprendí que en las palabras simples de aquel hombre de guerra anidaba la remota posibilidad de un futuro en paz para todos.
Así como ocurrió conmigo, ocurrió con otras personas que participaban de aquel taller. Miembros de comunidades golpeadas por la violencia, la pobreza y la discriminación. Gente que había aceptado el difícil reto de sentarse en la misma mesa a trabajar con personas desmovilizadas porque vieron en ese acto la remota posibilidad de un futuro en paz.
Así inició uno de los desafíos más duros de mi vida profesional y personal. Durante un año, en el 2008, estuvimos oyendo con atención las historias de hombres y mujeres excombatientes de la guerrilla y de los paramilitares. Historias que fueron plasmadas por nuestro equipo de trabajo y el de la Fundación Imaginario en una serie de 40 programas radiales y 14 programas de televisión. Historias que además fueron narradas en el marco de nuestros talleres por los mismos desmovilizados y por la gente de las comunidades que los estaban recibiendo.
Jeanine y yo asumimos la dirección de contenidos, tanto para radio como para televisión. Tuvimos que tomar muchas decisiones para poder enfocar estas historias. Lo sabíamos muy bien, durante años las noticias han privilegiado la voz y la perspectiva de los violentos. Es tanta la fascinación mediática por la violencia que se visibilizan, casi de manera exclusiva, los actos de los victimarios, sus comunicados, sus voces y a ellos mismos en tanto guerreros. La otra perspectiva, la de las comunidades que resisten pacíficamente en medio de la violencia, que han sufrido lo indecible y que han sido victimizadas, casi no aparece en la fugacidad de los medios noticiosos. Las pocas veces que aparecen las comunidades en las noticias son visibilizadas exclusivamente en su condición de víctimas y asociadas solo a hechos violentos. Este enfoque estigmatiza y simplifica la vida de personas que tienen nombre, pasado, presente y una perspectiva muy clara del futuro que quieren construir.
El reto no era nada fácil ¿qué visibilizar?, ¿cómo orientar los relatos para que en realidad aportaran a la convivencia y a la construcción de paz? Los riesgos eran múltiples, podíamos fácilmente terminar reforzando la perspectiva de los violentos e incluso, en el peor de los escenarios, justificando sus actos atroces, irrespetando a las comunidades victimizadas y alimentando sentimientos de venganza.
Construimos un marco de lo que debíamos visibilizar y cómo lo queríamos enfocar. Tomamos la decisión de centrarnos en aquellos relatos que mostraban lo absurdo de la violencia, tanto para las víctimas como para los mismos victimarios. Priorizamos aquellos testimonios que alertaban a jóvenes sobre el error de ingresar a las filas de los grupos armados así como aquellos que invitaban a otros combatientes a dejar las armas. Visibilizamos experiencias de trabajo conjunto entre personas desmovilizadas y las comunidades receptoras mostrando que, aunque difícil, es posible pensar en esta posibilidad.
En el marco de los talleres orientamos la construcción de relatos que mostraran distintas perspectivas de distintos sectores, en relación al hecho complejo de convivir con personas excombatientes. Conformamos colectivos mixtos de trabajo donde se mezclaron excombatientes y personas de las comunidades receptoras. Durante los 4 días que duraba cada taller las personas de cada equipo tuvieron que escucharse mutuamente y ponerse de acuerdo en relación a la historia que querían contar y cómo querían contarla.
Eramos conscientes de que el proceso de desmovilización y reintegración tenía lugar en medio del conflicto y no en la situación ideal del postconflicto, por lo tanto eramos conscientes de la imposibilidad e inconveniencia de propiciar diálogos entre los excombatientes y las comunidades que habían sido victimizadas directamente por ellos. No era el momento, las víctimas a penas iniciaban el largo y complejo camino de su reconocimiento jurídico, administrativo y social. Empezaban a reclamar espacios de visibilización para contar su propia versión de los hechos en los cuales fueron victimizadas y, con razón, demandaban de los victimarios y del Estado primero que todo verdad, reparación y garantías de no repetición, antes de pensar en la posibilidad de un diálogo.
No era el momento, aún no lo es. El conflicto sigue vivo, sus causas no han sido atacadas, los territorios siguen estando en disputa y muchos de los desmovilizados de las AUC están retornando a las armas ahora en forma de Bandas Criminales Emergentes. La situación con los desmovilizados de las FARC es diferente, pero igualmente compleja; quienes han dejado las armas lo han hecho de manera individual, no como parte de un proceso de negociación con el gobierno. Quienes se han desmovilizado lo han hecho motivados por una fuerte convicción personal de dejar la violencia, a pesar del riesgo que esta decisión implica para sus vidas y la de sus seres queridos, pues para la guerrilla la deserción es una falta que se paga con la vida. Así las cosas era imposible, y lo sigue siendo, propiciar espacios de comunicación entre las comunidades victimizadas y los excombatientes, tal y como recomiendan quienes han estudiado los procesos de construcción de paz en sociedades profundamente divididas como la nuestra. No era el momento, aún no ha llegado ese momento.
La conclusión era clara, la desmovilización y reintegración de excombatientes en medio del conflicto es un proceso complejo y lleno de todas las imperfecciones inherentes a intentar construir paz en medio de la guerra. Aún así ese proceso imperfecto y complejo, sumado a la experiencia acumulada de años de trabajo con comunidades que han vivido de cerca los efectos del conflicto armado, nos permitió re-confirmar que hay en la comunicación todo un potencial para generar diálogos que nos permitan a los unos ponernos en el lugar de los otros y comprender, aunque no necesariamente aceptar, sus razones. Sus razones para la violencia, sus razones para la resistencia, sus razones para el escepticismo y sus razones para hacer de la paz una opción de vida y de futuro. Frente a la lejana posibilidad de una salida negociada al conflicto armado, pensar la comunicación como escenario para la reconciliación se convierte en un imperativo ético de todos los que trabajamos en este campo. Implica aprender y enseñar a escuchar despojándonos de nuestras propias rabias y rencores; que son legítimos, no hay duda, en cuanto han nacido de experiencias profundamente dolorosas en todo los casos; pero que deberán transformarse en otro tipo de sentimientos y conocimientos para poder avanzar hacia un futuro en el que quepamos todos, los unos y los otros.
Después de esa experiencia en el 2008 no volvimos a trabajar con excombatientes, pero un año después tuvimos la oportunidad de acercarnos a otro mundo prácticamente desconocido para nosotras hasta ese momento. Adelantamos un proceso de entrenamiento a los directores y programadores de las emisoras de las fuerzas militares que se encuentran en zonas donde se desarrollan operaciones militares. El objetivo era enfocar la programación de estas emisoras hacia la promoción de los derechos humanos y la desmovilización.
Lo sorprendente en esa ocasión fue conocer una perspectiva moderada por parte de algunos oficiales y soldados en relación al conflicto armado. - Yo tengo claro que ellos son los mismos que nosotros- Dijo aquella oficial vinculada a las emisoras. -Muchachos del campo que así como terminaron allá hubieran podido terminar acá como tantos de nosotros, y me duele saber que andamos matándonos en vez de estar ayudándonos. Yo creo y quiero demostrar que con las emisoras y con el poder persuasivo de la palabra, tenemos un arma mucho más efectiva que los fusiles. Por cada muchacho que convencemos de salirse de la guerrilla y por cada niño que convencemos de no meterse a los grupos armados, estamos salvando no solo sus vidas, sino la de un montón de personas que quedan atrapadas en esta locura de la guerra - decía la oficial mientras nosotras la mirábamos perplejas. Sí, no es la visión más extendida, y seguramente no es la visión de quienes toman las decisiones de guerra. Y, por su puesto, no es la visión de quienes impunemente han sostenido relaciones con los grupos armados ilegales y han violado sistemáticamente los derechos humanos de miles de personas. Pero es una visión compartida por aquellos militares que están convencidos de la necesidad de construir paz y de la importancia de la comunicación en este proceso. Es una visión que no es evidente para la mayoría de la gente y que es necesario divulgar, conocer y comprender mejor.
Para completar las aristas de este prisma tan complejo como la realidad que nos envuelve, desde el año 2010, hasta ahora, hemos tenido la oportunidad de trabajar con comunidades desplazadas en proceso de retorno, en el marco de una alianza que tenemos con nuestras viejas amigas del Colectivo de Comunicaciones Montes de María Línea 21. Se trata de un proceso que busca fortalecer a las Escuelas de Narradores y Narradoras de la Memoria de la región de los Montes de María y la Serranía del Perijá.
Estas escuelas han conformado colectivos de comunicación cuya misión es convertir las memorias en relatos que puedan ser compartidos con las comunidades y con públicos más amplios. Desde hace algunos años acompañamos a los colectivos de comunicación en los procesos de definición de sus proyectos comunicativos, en la definición de temas y en la construcción de enfoques para que sus relatos se conecten con procesos sociales que adelantan las organizaciones de la región y que están asociados a la reivindicación de los derechos a la tierra y a la reparación integral.
Nuevamente se hace evidente el papel de la comunicación en los procesos de construcción de paz en tanto que brinda espacios de encuentro, diálogo y deliberación de las comunidades en torno a los temas más sensibles para la región. La memoria de lo que pasó antes, durante y después de las masacres de principios de la década del 2000, lo cultural, el territorio, el medio ambiente, los proyectos agroindustriales y el tipo de desarrollo que se quiere plantear para la región. Todos los temas, todas las voces. Voces de comunidades campesinas que andan bien paradas, “con los pies en la tierra”, como dicen ellas mismas, y que no está dispuestas a dejar que nadie, nunca más, vuelva a decidir por ellas sobre su vida y su futuro.
Haber tenido la oportunidad de escuchar todas estas voces a lo largo de los últimos años me reafirma, cada día más, en mi opción personal y en mi apuesta por la comunicación en tanto escenario de expresión y diálogo. Son muchos años, muchos kilómetros recorridos y muchas voces escuchadas con la franca disposición de dejarme transformar por las palabras y las historias de cientos de hombres y mujeres que en su diversidad expresan la complejidad de este país. Ya no es posible ser la misma, ya no es posible ver la vida sin oír sus voces. Por eso creo que la posibilidad de la paz y la reconciliación ya no es ni siquiera una opción, es nuestro único camino posible. Muchas gracias.
* Este texto fue presentado el 18 de septiembre de 2012 en la Universidad Minuto de Dios de Bogotá, en el marco de la Semana de la Comunicación, en el eje de Convivencia y Reconciliación
Dejo por aquí una de esas voces que se cruzaron en mi camino y que se quedaron conmigo para siempre. Lamento de la Sierra es una composición de Alfonso Cárdenas, interpretada por José Bayuelo. Ambos músicos de la región de los Montes de María, ambos cercanos a los procesos de comunicación, ambos convencidos del poder transformador de la palabra.
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